Visita a Guilmi—Camino a la raíz

La vista desde Guilmi

En octubre de 2022 viajé a conocer el pueblo donde nació mi bisabuelo Angelantonio Tracchia. Se llama Guilmi y está en la provincia de Chieti, en la región de Abruzzo, en Italia. Mi papá venía hace bastante diciendo que quería conocer el pueblo, pero desde Argentina se complicaba. Al mismo tiempo, yo había estado varios años juntando los papeles para obtener mi ciudadanía italiana a través de ese bisabuelo. Durante las vacaciones de mi papá y Gaby (su pareja), los visité en Roma y me propusieron alquilar un auto e ir a Guilmi por el día para conocer la tierra de nuestrxs antepasadxs. Les dije que sí enseguida.

Acá les dejo el mapa para que puedan ubicar donde queda este pueblo diminuto.

 

Un sábado bien temprano fuimos a buscar el auto de alquiler a Termini, la estación de Roma. Nos dieron un Lancia rojo, que no era la marca que habíamos alquilado, pero al final le terminamos tomando cariño. Salir de la ciudad nos demoró un rato por el tráfico, pero una vez que salimos a la autopista el camino fluyó mejor. Teníamos casi 3 horas por delante y todo el entusiasmo del mundo.

Le pedí a mi papá que me cuente alguna historia de mi bisabuelo y así me enteré de que Angelantonio mandaba a su hijo, es decir mi abuelo Eduardo, a estudiar bellas artes en la secundaría. Quería que fuera pintor. A mi abuelo no le gustaba nada esa idea, y se escapaba de las clases por la ventana. Por eso, dice mi papá, nunca terminó la escuela.

Según Wikipedia, Guilmi está a 674 metros sobre el nivel del mar y tiene un poco más de 400 habitantes. Un dato interesante es que, tanto Guilmi como otros pueblos de la región, son famosos por la ventricina, una especie de salame de carne de cerdo. Ya en pleno viaje empezamos a soñar con probar esa delicia típica. (En ese momento, yo todavía no había decidido dejar de comer carne.)

A 674 metros sobre el nivel del mar

A mitad de camino, paramos en una estación de servicio y compramos papas fritas de paquete y chocolate amargo. Mi papá se tomó un café y seguimos. Así atravesamos los Apeninos de derecha a izquierda, alrededor de 200 kilómetros, que es casi toda la extensión de Italia a esa altura. Después bajamos casi 100 kilómetros hacia el sur para llegar a Guilmi bordeando la costa. Vimos pueblo tras pueblo tras pueblo enclavados en la montaña, algunos de unas pocas casas desparramadas, otros más grandes. Las montañas aparecían por momentos a lo lejos como en una acuarela, y en otros bordeaban la ruta. Casi no vimos animales. El Lancia se portó bien, incluso en la subida del final. 

A pocos kilómetros de llegar empezó el camino de tierra. Nunca había visto tantos viñedos y cultivos en las laderas de las montañas. Apenas empezó el desnivel, aparecieron las curvas y contracurvas, Guilmi estaba cerca. En un momento miramos lxs tres hacia arriba, había un tanque de agua en la cima: ¿Será allá arriba? ¡No puede ser! ¿El Lancia se la bancará? 

Los dos o tres autos que nos cruzamos de frente venían a toda velocidad, entonces mi papá iba despacio y yo aproveché para filmar el último tramo de la subida. Cuando llegamos al cartel de bienvenida, nos detuvimos y Gaby leyó ¡Benvenutti a Guilmi! Más allá había otro cartel que decía La Patria della Vera Ventricina.

Estacionamos el auto en la única calle que parecía apta para dejarlo, la calle principal. El pueblo estaba tan silencioso que hablábamos en susurro, no queríamos despertar a nadie de su siesta. Calles de adoquines, casas de dos y tres pisos pintadas de blanco o amarillo, escaleras y rampas por todos lados para atravesar los desniveles. Miré a los costados, entre casa y casa se veía la montaña. A pesar de que era otoño y los árboles del pueblo estaban perdiendo las hojas, más allá se veía verde y tupido. 

Habíamos caminado una o dos cuadras cuando nos topamos con una plaza que tenía un solo banco y una mesa tipo para picnic bajo la sombra de un árbol. En uno de los costados, había una estatua con una placa, a lo que Gaby preguntó: ¿será San Tracchia? Nos reímos. Bajé a toda velocidad la rampa que llevaba a la plaza y me acerqué a la estatua. ¡Mirá pá! ¡Dice familia Tracchia! No podíamos creerlo, la placa decía que la familia Tracchia había donado la estatua al pueblo. Qué emoción sentimos, de pronto Gaby no había estado tan errada, ¡no era un santo pero era Tracchia! Ver nuestro apellido ahí escrito hizo que todo el viaje valiera la pena, eso dijo mi papá. Agradecí adentro. Sentía como si la estatua hubiera estado años y años esperando nuestra visita. Nos dimos un abrazo, Gaby nos sacó una foto y seguimos descubriendo lo que este pueblo en apariencia chico y, al mismo tiempo enorme, nos podía ofrecer.

Mi papá y Gaby habían averiguado en Google que todavía quedaba algún Tracchia en Guilmi, en la calle Circonvallazione y allá fuimos. Dimos apenas unos pasos hasta que llegamos a la primera casa del lado izquierdo, pintada de blanco, con rejas y marcos de ventana negros y la puerta de madera. Era el número 15. ¡Dice Tracchia! ¡Acá vive alguien de nuestra familia! Se estacionó un auto en la casa de enfrente, era el cartero, que entregó la carta y siguió camino sin saludarnos. No nos animamos a llamar a la puerta. ¿Y si los despertábamos de la siesta? No sabíamos si nos hubieran querido recibir. Mi papá me sacó una foto en la puerta de la casa y yo a él. Seguimos caminando con una certeza: de acá venimos. 

Cada una o dos cuadras había pallets pintados a mano con frases en italiano, que sostenían macetas con flores. También había jarrones y macetas en las escaleras y los umbrales de las casas. Aunque la decoración era sencilla, se podía sentir el amor al pueblo.  En una de las calles laterales, una señora muy anciana le daba de comer a sus gallinas en el jardín. Pasamos por la biblioteca, que estaba cerrada, y también tenía una frase y manos de colores pintadas en la fachada. Al final de esa calle, justo al borde del pueblo, había un banco que miraba a la montaña. ¿Mi bisabuelo se sentaba ahí cuando estaba cansado? Quizás lo mandaba al abuelo Eduardo a bellas artes para que le pintara el paisaje de su infancia. Justo ahí, al borde del pueblo, mirando a la montaña, lejos de Barcelona, y mucho más lejos de mi Buenos Aires natal, me sentí en casa. 

A eso de las 2 de la tarde, caminábamos por una callecita cuando casi nos cae una lluvia de migas de pan encima. Era una señora en el segundo piso de una casa. Ciao, siamo della famiglia di Angelantonio Tracchia. ¿Il panificio de Tracchia? Ah, ¡sí! Angelantonio. Ma il panificio ha chiuso, mientras sacudía el mantel del almuerzo. Así nos enteramos que la poca información que daba Google Maps ya no nos servía. Supuestamente sobre vía Italia había una panadería que llevaba nuestro apellido, pero la señora dijo que cerró durante la pandemia. 

Seguimos el paseo, pasamos por la única farmacia y por el comune que estaban cerrados porque era fin de semana. En la puerta del comune había un cartel de conmemoración a los inmigrantes de Guilmi en Argentina y sus descendientes, es decir, nosotrxs. Y también conmemoraba el 25.º aniversario del primer retorno en masa a Guilmi de personas que habían emigrado a Argentina. ¿Dónde estaban todas esas personas que volvieron en masa? A medida que avanzamos, también vimos muchas casas en venta. En un pueblo así, tan chico, tan remoto, la pandemia debió haber sido devastadora.

Otro dato que nos dio la señora es que la familia de Angelantonio vivía en vía Tripaldi, por donde ya habíamos pasado, pero volvimos a ver si nos habíamos saltado algún cartel. Antonini, Lizzi, Catalano, pero no Tracchia. Al final de la calle se abría un cruce y en una de las esquinas había dos ancianas sentadas en un banco en la puerta, tejían al sol, charlaban. Tenían tantas arrugas en la cara que me parecieron milenarias. Nos acercamos despacio. Una vez más, preguntamos por Angelantonio. Se miraron, no estaban seguras, no se acordaban bien. Dijeron que siguiéramos caminando, la familia de Angelantonio vivía en la casa de las flores al final de la calle. Pero ahí también habíamos estado. Dimos una última vuelta. 

A eso de las 3 de la tarde nos dió hambre, queríamos comer algo. Y ese algo, era probar la ventricina. Nos acercamos al único lugar que parecía abierto y tenía un cartel de helados afuera. Aunque mirando hacia adentro, parecía más una casa que un restaurante. Mi papá y Gaby se quedaron en la puerta y yo entré a preguntar. Mi papá de afuera me dijo en chiste ¡ojo con el perro! Igual entré. Atravesé el pasillo largo, a la derecha una puerta abierta hacia la cocina, no había nadie, más allá un comedor con cuatro o cinco mesas, una barra y algunas heladeras con bebidas, también vacío. ¿Ciao? Del fondo apareció un chico más o menos de mi edad. ¿É aperto? Sí, sí. Le hice señas a mi papá y Gaby para que entren. Dijo que nos preparaba ventricina con formaggio, le dijimos senza pane y nos sentamos. Al minuto vino a poner un mantel rojo de papel, servilletas y platos. Trajo agua y cerveza y se sentó en una banqueta de la barra a mirarnos mientras esperábamos, sin decir nada. Después de 10 minutos, alguien lo llamó desde la cocina y nos trajo el plato con ventricina, jamón crudo y queso de cabra, también de producción local. Estaba delicioso. No dejamos nada, excepto el pan, que quiso traerlo igual (¿cómo nos atrevimos a decirle a un italiano que no nos trajera pan?).

En la pared de la entrada, había un cuadro gigante con billetes de diferentes países, encontramos varios billetes de 2, 5 y 10 pesos de Argentina. Le contamos al chico que veníamos a conocer la tierra donde había nacido nuestro abuelo y bisabuelo respectivamente. También preguntamos a cuánto se venden las casas en Guilmi: entre diez y treinta mil euros. Papa y Gaby dijeron que no vivirían en un lugar así, pero yo sí. Una temporada en la montaña, tomar mate en esa esquina al borde del pueblo, salir a caminar entre el verde. No lo dudaría un segundo.

Mi papá pagó, creo que todo salió 13 euros. Nos despedimos del chico, sacamos una última foto en la calle de adoquines con el pueblo de fondo y nos subimos al Lancia para volver a Roma.

Espero que hayas disfrutado esta nota. Si te surgen preguntas o te dan ganas de compartirme alguna historia sobre tus antepasadxs, acá estoy.

Nos vemos en el camino,

Flor.

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Flor Tracchia

el otro mapa es un blog en el que comparto mis experiencias viajeras y converso con otras personas sobre destinos singulares, maneras de recorrer el mundo y otros temas que me dan curiosidad en relación a los viajes

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