Hasta dónde nos sostiene el cuerpo cuando viajamos

En el último viaje a Reino Unido hice un trekking de 50 kilómetros en tres días para el que ya había llegado bastante exigida físicamente. El último día, por suerte no antes, me desperté con la espalda y el cuello agarrotados, con un dolor punzante. A medida que entré en calor, fue aflojando, pero la realidad era clara: si quería completar la caminata, tenía que seguir andando con la mochila de diez kilos al hombro los últimos 18 kilómetros. No había alternativa.

Ahí me cayó la ficha de algo que en los viajes suele pasar inadvertido: viajamos con un cuerpo que nos permite hacer lo que queremos, pero que también nos limita. ¿Cuánta atención prestamos a sus señales? Si alguna vez te enfermaste o te sentiste mal estando de viaje, sabés de lo que hablo.

Últimamente estoy tratando de ser más atenta con mi cuerpo. Empecé a sumar rutinas que me ayudan en el día a día y también me preparan mejor para salir de viaje: gimnasio, movilidad, pranayamas, incluso cantar el Om a primera hora. El movimiento me hace bien, aunque también voy aprendiendo a escuchar cuando estoy cansada, o cuando el ciclo hormonal me pide sofá en vez de actividad. Son hábitos que construyo día a día, porque entendí que si yo no cuido mi cuerpo, nadie más va a hacerlo por mí.

Aun así, a veces me sorprendo empujándome de más. Ya sea en un trekking o en un viaje que imaginaba como solo vacaciones, aparece esa voz: hay que aprovechar cada momento. Lo veo también en otras personas, que llegan al viaje ya agotadas —por el trabajo, por cuidar a sus hijxs, por mil responsabilidades— y me pregunto: ¿cuán disponibles estamos para reconocer el cansancio del otro?

Viajar en grupo o en familia, como nos pasa bastante desde que vivimos en Barcelona, también nos lleva al límite físicamente. Los deseos y ritmos no siempre coinciden, y muchas veces es difícil honrar esa necesidad de descanso y decir que no. Si a ese escenario le sumamos un avión de muchas horas, jetlag, dormir mal, cambiar lo que comemos, darnos permisos para excedernos porque estamos de vacaciones, ¿hasta dónde nos sostiene nuestro cuerpo?

Y pienso en esa frase tan común después de un viaje: necesito vacaciones de las vacaciones. Tal vez sea la mejor señal. Una oportunidad para observarnos.

Creo que viajar me está enseñando, poco a poco, a escucharme mejor. No es que tenga todas las respuestas; sigo aprendiendo a reconocer las señales que da el cuerpo y a respetarlas. Y tal vez eso sea lo más importante: darse espacio para conectar los ritmos propios.

Lo que sí, siempre le agradezco a mi cuerpo por todo lo que me da cada día, y a la escritura, que me regala tiempo y espacio para mirar todo esto de cerca. Ojalá estas palabras te inviten a traer un poco más de conciencia a tus ritmos propios. Observar lo que nos pasa nos permite salir del piloto automático y encarar cada viaje con más presencia.

Te propongo un ejercicio para poner todo esto en práctica.

Acá podés descargar el ejercicio para tenerlo más a mano.

Al final, lo que realmente importa es preguntarnos: ¿para qué viajamos? Cada viaje puede ser una oportunidad de introspección, de cuidar nuestro cuerpo y de aprender a estar más conscientes en el camino. Si te dan ganas de compartirme algo de todo lo que va pasando, estoy acá.

Nos vemos en el camino,

Flor

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Flor Tracchia

el otro mapa es un blog en el que comparto mis experiencias viajeras y converso con otras personas sobre destinos singulares, maneras de recorrer el mundo y otros temas que me dan curiosidad en relación a los viajes

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