Reflexiones de una viajera en metamorfosis

Berlín, 2024

Hace poco visité Berlín después de 10 años de haber ido por primera vez y me di cuenta de cuánto cambió mi manera de viajar.

Cuando fui en 2014, tenía 25 años y era mi primer viaje a Europa. Con una de mis amigas más cercanas, Cata -Frendster, para mí- hicimos el gran EuroTrip que quedó para el recuerdo en la historia de nuestra amistad. Visitamos París, Ámsterdam, Berlín y Barcelona juntas.

En ese momento, decidimos hacer muchas de las cosas típicas de cada ciudad, fuimos al Louvre en París, al Museo de Van Gogh en Ámsterdam, entramos a la Sagrada Familia en Barcelona. Andábamos con el paso apurado y el entusiasmo de verlo absolutamente todo.

En Berlín, que es donde menos días estuvimos, decidimos hacer todo lo que tiene que ver con la historia de la ciudad y de Alemania en general. Recorrimos el muro, el memorial, visitamos el museo Topografía del terror, fuimos al campo de concentración de Sachsenhausen. Una visita tras otra de dolor más dolor más dolor.

Me acuerdo de llegar cada noche y tomarnos un par de cervezas para lidiar con eso que habíamos experimentado durante el día. De sentir una angustia tremenda por ver a flor de piel todas esas cosas impensables que habíamos aprendido en las clases de historia en el secundario. Ni hablar de que todo eso lo hicimos sólo en dos días y medio.

Si bien era más chica, y el cuerpo “aguanta” mucho más, estaba menos equipada para lidiar con las emociones que surgen de un viaje así. Por eso, creo, caí con fiebre en pleno viaje. Me acuerdo de no dormir para nada, del dolor de garganta, de Cata diciéndome “vos siempre somatizas”.

¿Cuánto puede soportar un cuerpo? Hicimos todo lo que HABÍA QUE hacer en Berlín y nos fuimos con la sensación de que no nos había gustado la ciudad.

Diez años después, volví a Berlín con Agus y mis hermanos. No hice ninguna de esas cosas que había hecho en aquel viaje, en primer lugar, porque ya las había hecho, pero además porque hoy elijo conocer las ciudades de otra manera.

Ahora quizás camino sin rumbo, me pierdo en las calles, pruebo la comida local, voy registrando mi experiencia. Me gusta conocer los parques de las ciudades y, si es posible, andar en bicicleta un par de horas. Me gusta probar diferentes cafeterías para el desayuno. Me gusta escuchar el ritmo que pide el cuerpo, que muchas veces no tiene que ver con hacer todo lo que HAY que hacer en ese lugar.

Ojo, no digo que no haya que ir a museos o hacer las visitas más clásicas. Solo que es mejor si conectamos con lo que va pulsando en el momento (y también con lo posible del grupo viajero). No podría juzgar a la viajera que fui, porque no podría juzgar el camino que me trajo hasta ser la de hoy.

Algo que me voy dando cuenta a medida que comparto mis experiencias, es que no busco contar desde el FOMO (fear of missing out - miedo a perderse algo, en español). Veo que muchas veces se comunica desde ese miedo y usan frases como “IMPERDIBLE”, “LO QUE NO TE PUEDE FALTAR”, “SI NO HICISTE TAL COSA ES QUE NO ESTUVISTE EN TAL LUGAR”. Al final del día, creo que el verdadero FOMO es perdernos de hacer nuestra propia experiencia.

Las dos visitas a Berlín con diez años de diferencia me sirvieron para registrar y reflexionar sobre este cambio de mirada sobre el viajar. Hay transformaciones que llevan tiempo.

Si cambia nuestra manera de mirar, ¿cambia nuestra manera de viajar?

También, lo que permanece. En 2014, con Cata sacamos la peor foto de la Puerta de Brandeburgo y durante mi última visita repetí la foto en honor a ese primer viaje. Acá las comparto.

Espero que hayas disfrutado la lectura. Si tenés preguntas o comentarios sobre estas reflexiones o sobre Berlín, acá estoy.

Nos vemos en el camino,

Flor

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Flor Tracchia

el otro mapa es un blog en el que comparto mis experiencias viajeras y converso con otras personas sobre destinos singulares, maneras de recorrer el mundo y otros temas que me dan curiosidad en relación a los viajes

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